viernes, 20 de marzo de 2020

BUELO


Cuento contra la soledad del confinamiento, dedicado a nuestros mayores;



Otra mañana más Pablo se levantó y se dirigió directamente a la ventana de su cuarto, desde allí vio que llovía, pero poco, así que fue a buscar a sus padres a los que encontró en la cocina desayunando.

-Buelo -dijo con la cara de ilusión que solo sabe poner un niño de tres años.

Los padres de Pablo se miraron en silencio mientras el niño aguardaba una respuesta de pie frente a ellos.

-Todavía llueve cariño, hoy no podemos ir a ver al abuelo.

Pablo enfurruñado regresó a su camita y se tumbó boca abajo deseando que aquel día pasara cuánto antes para que por fin llegara el ansiado día en el que ya no lloviera y por fin pudiera ir a ver a su abuelo.

A la mañana siguiente el pequeño Pablo repitió el ritual, se levantó de la cama y miró por la ventana. Estaba nublado sí, pero no se apreciaba lluvia, así que una mañana más buscó a sus padres. Encontró a su madre en el baño.

-Buelo -dijo en tono amistoso.

La madre se negó a mirar a su hijo para evitar cruzar sus miradas al responder.

-Todavía llueve amor, poco, pero todavía llueve.

Pablo no dio por buena aquella respuesta y se fue en busca de su padre, al que encontró en la cocina.

-Buelo -dijo sonriendo con dudas.

-Todavía llueve, cariño.

Pablo lloró y lloró. Lloró ese día y el siguiente y el siguiente.

Cuando dejó de llover, sus padres le dijeron que había charcos y que por tanto había que esperar a que se secaran.

Cuando salió el sol que debía secar los charcos le dijeron que fuera hacía mucho frío y que había que esperar a que el sol calentara más.

Hasta que una mañana Pablo se asomó a la ventana y vio que algo había cambiado en la calle, no llovía, no había charcos, el sol reinaba en el cielo, pero sobre todo había gente, mucha gente. Madres con niños de la mano, niños mayores con bicis y gente de todo tipo que pisaban la calle como si lo hicieran por primera vez.

Pablo buscó a sus padres, se los encontró en el pasillo y les exigió una sola cosa; “Buelo”, su tono fue tan rotundo que ambos rieron y aceptaron.

Mientras caminaban los pocos metros que separaban su casa y la del Buelo, Pablo iba por delante de ellos marcando un ritmo endiablado para sus cortas piernecitas.

No tuvieron ni que llamar a la puerta, unos metros antes de llegar a la casa del abuelo la puerta se abrió y allí apareció su Buelo abriendo los brazos para envolver a su nieto.

Éste corrió como no si le fuera la vida en ello y casi tiró al suelo con su ímpetu a su Buelo.

Los padres de Pablo contemplaban felices la escena mientras se preguntaban el motivo del ansía de su pequeño por ver a su Buelo, la madre creía que se debía a las piruletas que le daba siempre que le veía, el padre hubiera apostado a que se debía a las cosquillas que le hacía y que le hacían gemir de puro placer.

Pero Pablo sabía que el secreto era otro, algo tan sencillo como el poder sentir su menudo cuerpo abrazado por su Buelo, sentir su olor único, su respiración junto a la suya, para él aquel era el mejor lugar del mundo, allí el tiempo se detenía y sentía aquello tan maravilloso que no se puede describir más que con dos palabras; la vida.

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