lunes, 10 de marzo de 2014

DE LA MANO

PRÓLOGO
En la tarde de hoy he realizado esa tarea convertida en maravillosa rutina con el paso de los años. En esta ocasión lo subrayaban dos pequeñas pero emocionantes diferencias. Por primera vez me acompañaba el pequeño Sergio, además el abono de este año encarna los diez años del Geta en primera. Quién me lo iba a decir, quién nos lo iba a decir, Papá.
Como tantas otras tardes recogí a Sergio a la salida del colegio, él conocía de antemano el plan para la tarde, de hecho me lo había pedido días atrás. Se ve que a él le aflige ya casi tanto como a mí el parón de fútbol durante el verano, sólo mitigado en parte por este acontecimiento de acudir al Coliseum a renovar los votos.
He de reconocer que el hecho de que deseara acompañarme me ilusionó y me acongojó casi por igual. Bien sabe todo aquel que me conoce que no me tengo por una persona supersticiosa, salvo en un apartado de la vida, en el azulón. Así que si llevo los últimos años yendo a renovar los dos carnés de socio yo sólo y ha dado buena suerte, no encuentro motivo alguno para cambiar la rutina. Me da igual que se puedan renovar cómodamente domiciliando la cuota, hay que venir en persona. El hecho de que en esta ocasión me acompañe Sergio, le añade más emoción a un acto ya sobradamente simbólico para mí, pero a la vez le carga con un factor desconocido en el devenir de la temporada.
Ha sido una tarde de finales de Junio no excesivamente calurosa. El Coliseum descansaba  al tiempo que se preparaba para la próxima temporada. Su labor no es baladí, cada quince días acoge los sufrimientos, pasiones, desengaños, frustraciones y alegrías de la afición que le rinde pleitesía. Eso entre todo tipo de comentarios despectivos que acoge por nuestra parte, que si es un estadio frío, incómodo, de difícil acceso, etc. Sin embargo, hasta allí vamos, algunos andando, otros en metro, en mí caso en coche ya que por las distancia y las imposibles combinaciones de transporte público, no nos queda más remedio. Es nuestra casa, nuestro hogar. Allí nos reunimos con nuestra “familia”, amigos, conocidos e incluso con algunos enemigos, allí reímos, gritamos y hasta lloramos, de alegría o de pena, depende de las circunstancias. Pero es nuestra casa, incluso algo más, se trata de nuestro templo.
Para mí sorpresa nos encontramos con una pequeña cola, nos habrá llevado unos veinte minutos realizar la renovación. Ahí es cuando por primera vez vemos el nuevo abono correspondiente a esta temporada, la primera ocasión que lo tocamos. Como hago cada año, una vez que dispongo de los dos abonos anuales me asomo al interior del estadio. Me gusta verle y sentirle así, tranquilo, en sosiego, expectante. Prácticamente es la única vez al año que lo disfruto así, sin tensión, sin nervios. O siquiera con menos que el resto de las veces que acudo allí para presenciar un partido. Porque para cuando renuevo el abono ya tengo en el estómago esas mariposas que no son de enamorado, sino de sufridor, y es que nos guste o no, en ese instante tenemos cero puntos acumulados en el casillero de la clasificación, y no me sirve de consuelo que los demás también, lo único que me preocupa es que nosotros seamos capaces de alcanzar los cuarenta y dos puntos que nos permitan mantener un año más la categoría, cómo lo consigan los demás no es mi asunto ni mi desvelo, salvo las dos veces que nos enfrentemos a cada uno de ellos en la liga.
Y es que suena fácil  alcanzar los cuarenta y dos puntos, pero en la práctica no es tan sencillo, tienes que ganar trece partidos, que se dice sencillo, o en su defecto por cada partido que no ganes debes conseguir empatar tres veces. Insisto, no es tan fácil, cada año hay tres equipos que no lo logran, aunque sólo sea por estadística en algún momento nos tocará ser uno de esos.
Además este año es especial, como ya he dicho se celebran los diez años del ascenso, es la décima temporada en la élite. Y qué poco me gustan este tipo de celebraciones, qué poco amigo soy de festejar nada por anticipado.
Mientras permanecemos en silencio Sergio y yo contemplando el interior del estadio, me vienen a la mente otros momentos, muchos son los que ya he vivido en él, pero en concreto uno muy similar a éste, en este mismo lugar del estadio, esa pequeña parcela a la que se accede desde el hall principal en las entrañas del Coliseum, ese día en que tú te desplazabas sentado en una silla de ruedas que yo empujaba.
Con ese recuerdo jugueteando en mis entrañas miré a Sergio, él observaba también el Coliseum, él cumplirá diez años el próximo verano, por lo que pertenece a esa generación inaudita que sólo ha conocido al Getafe en primera división, ésa que mira con recelo las no tan viejas fotografías de cuando el equipo jugaba sus partidos en campos de tierra o en el vetusto estadio municipal de Las Margaritas.
            Hay tantas cosas que Sergio no ha conocido pero que a su vez son parte de su historia, del devenir de los acontecimientos que le marcan hoy como lo harán en el mañana. Al fin y al cabo el fútbol no es más que un reflejo de otras tantas cosas que ocurren a nuestro alrededor, con las que convivimos, contra las que luchamos, pero que nos marcan hoy y nos definen para el futuro.
-¡Qué ganas de que empiece ya la liga, eh papá! –me dice Sergio cuando regresamos camino del coche. No le respondo más que con una sonrisa.
-¿Te parece que pasemos a comprar algo de marisco al Dagustín para cenar? –le pregunto cuando ya estamos en el interior. Responde de manera afirmativa con entusiasmo. Es otra de las tradiciones que tengo incorporadas cada año cuando renuevo el abono desde hace diez, es otra especie de celebración, no sólo de que el equipo sigue en primera, sino de otra que procedo a explicarle-. ¿Recuerdas que cada año cuando renuevo los abonos del Geta llevo a casa marisco para cenar?
-¡Claro!
-Lo que no sabes es cómo empezó esa tradición –no necesito mirarle para saber que me observa con ese gesto suyo tan característico de curiosidad por conocer el máximo detalle de todo cuánto le rodea-. Fue justamente hace nueve años. La primera vez que vine a renovar los abonos y que el Getafe estaba en primera división, pero no era eso lo más importante, era la primera vez que los renovaba y que tú existías, apenas contabas con unos días de vida, así que decidí sorprender a mamá con una cena romántica en casa.
-Ya, seguro –dijo en tono irónico-, lo harías para celebrar que el Geta estaba en primera.
Cuando me giré hacia él comprobé que me miraba con una media sonrisa burlona y por supuesto con esa mirada, con la mirada.