martes, 30 de septiembre de 2014

Un caso como ningún otro

Los niños reían divertidos mientras curioseaban la carta del restaurante de comida típica norteamericana, bromeaban acerca de qué hamburguesa se pedirían, querían la más grande posible y con patatas y con Coca cola.
Su mujer también observaba la carta aunque en su caso buscaba algún plato que no fuese una bomba de calorías aunque tampoco quería conformarse con una ensalada, era la primera vez en meses que salían a cenar y no quería privarse mucho, sólo un poco.
Pero de los cuatro quien más disfrutaba era Antonio y tenía motivos para ello, era el único que no curioseaba la carta, sabía lo que quería; un costillar completo con salsa barbacoa para acompañar, lo tenía decidido desde hacía días. Y de postre pediría la tarta de queso, también la rumiaba desde hacía días.
Era su momento, el día en el que por fin podía salir a cenar con su familia y liberar tensiones después de meses de máxima tensión y trabajo. Era muy consciente de que se trataba de una gran victoria pero efímera, al lunes siguiente, quizás incluso antes, un nuevo caso le mantendría nuevamente ocupado, le volvería a dar quebraderos de cabeza, le apartaría durante días enteros (con sus noches) de su familia, de ratos como éste que saboreaba como nunca antes, posiblemente.
En cualquier caso confiaba que el futuro caso no fuera tan… no sabría cómo decirlo, tan “brutal”. Sólo él y sus compañeros eran conocedores de todo a lo que habían renunciado en los últimos meses, sólo él mantenía guardado en su memoria la cara de su mujer cuando le dijo que renunciaba a sus vacaciones, sólo él sabía el vacío que sentía cuando hablaba con sus hijos desde la playa mientras pasaba las noches en vela revisando datos en la jefatura mientras le preguntaban “¿Cuándo vienes, papá?”. Sin olvidar los fines de semana y festivos cotejando matriculas, llamadas de teléfono, ficheros de antecedentes penales…
Un caso como ningún otro, un pederasta que crea la sicosis en todo Madrid, un tipo que rapta una niña cuando decenas de policías ya le siguen los pasos y lo hace delante de sus propias narices, la presión en los medios de comunicación que inventan y opinan sin miramientos, los mandos superiores que presionan en busca de resultados, por no hablar del apremio de la calle, quienes le conocen le preguntan si volverá a atacar, si saben ya quién es. Todo eso con el añadido del saber que no pueden fallar, que un paso en falso puede dinamitar el trabajo de decenas de policías que como él se están volcando literalmente en la investigación, pulverizando sus horarios con cientos de horas extras por supuesto no remuneradas, pero eso es lo de menos, él como policía sabe que hay cosas que no se pagan con dinero ni siquiera con todo el oro del mundo.
Mientras ve reír a su hijo pequeño recuerda a ese policía que se pagó de su bolsillo otro gimnasio que no era el suyo lejos de su casa sólo porque por allí podía estar el monstruo, no fue el único que lo hizo pero él tuvo la suerte de coincidir con él, de verle la marca en la cara, de observar su mirada esquiva, su actitud sospechosa, fue él quien le pidió el DNI en un control “rutinario” sólo para subrayar el nombre y los apellidos ya conocidos.
Sigue observando a sus dos pequeños, esos que ya dicen con orgullo que su papá es policía mientras él piensa en esas niñas, las que han sufrido la desgracia de ponerse en el camino  de ése malnacido pero que a su vez han sido tan fuertes, tan valientes de ayudarles tanto, no ha sido fácil, el trabajo de esas policías que además son madres ha sido brutal ayudando a las niñas, jugando con ellas para que pudieran contar más de lo que se creían capaces, sin dolor, sin angustia.
Su mujer le observa y le sonríe, le pregunta si ya sabe lo que va a pedir, le contesta que sí y le devuelve la sonrisa. El camarero se acerca a tomar nota, Antonio deja escapar el aire de sus pulmones, un aire retenido durante demasiado tiempo dentro de él, vuelve a pensar en todos y cada uno de los policías que han hecho lo inhumano para que todo acabara de la mejor forma posible y aunque tiene la certeza de haberlo hecho todo, lo posible y lo imposible siempre le queda la sensación de que podían haber hecho algo más para que todo acabara antes. Se imagina a cada uno de esos policías al igual que él disfrutando por fin de esta pequeña victoria, con sus familias o amigos o incluso en la intimidad, como ése agente que esta misma mañana le decía que se iría al cine, que es allí donde celebra sus victorias.
Hay poco tiempo para celebrar, mañana habrá un nuevo caso así que Antonio mira a su familia en silencio mientras sujeta con delicadeza la mano de su mujer.
-A mí tráigame un costillar completo con salsa barbacoa y una cerveza –dice el policía con orgullo.