lunes, 19 de diciembre de 2016

La mirada de esa niña

La mirada de esa niña 
Que ya no es niña,
La sangre roja 
Que ya no es sangre,
El dolor de esa madre 
Que ya no lo es.


lunes, 5 de diciembre de 2016

Primer capítulo de LOS ÚLTIMOS AMANECERES de Martin Rae


1
Eran más de las siete de la tarde cuando Vicente concluyó la presentación en PowerPoint, la maldita presentación.

Había estado con ella los dos últimos días, dos maratonianas jornadas laborales completas dedicadas a una presentación en la que exponía su trabajo a otros departamentos de su misma empresa, dos días para contar en qué consiste su trabajo durante los cuales no pudo hacer su trabajo, ironía de la empresa moderna.

Aunque Vicente aun no llegaba a cumplir los cuarenta años y había aprendido a utilizar el PowerPoint en la universidad, era de los que consideraba que no necesitaba tanta parafernalia para explicar en qué consistía su puñetero trabajo ya que al fin y al cabo no era tan complicado de exponer. Sin embargo, su jefe (en la empresa moderna conocido como “responsable”) era un enamorado de las presentaciones en PowerPoint, probablemente porque ni las hacía él ni tenía puñetera idea de hacer una, sin embargo era muy quisquilloso a la hora de supervisarlas y no daba su visto bueno hasta que la presentación no contaba con las suficientes figuritas y alegorías visuales.

Pero lo peor no era eso sino el hecho de que encargaba una presentación sin especificar qué pretendía más allá de una idea ambigua y el resto del tiempo disponible hasta el día D y la hora H se lo pasaba rectificándola y obligando a rehacerla una y otra vez. Daba igual que quedaran dos o seis días, la versión definitiva no estaría hasta cinco minutos antes de entrar en la sala a presentarla.
Miró por la ventana y no observó más que oscuridad fuera, el insulso edificio de oficinas gemelo al que ocupaba él mantenía algunas luces encendidas pero predominaba la oscuridad. Levantó la mirada por encima de la pantalla de su ordenado y comprobó que estaba casi sólo. Al fondo se veía a un tipo gordo y con barba de contabilidad con el que no había cruzado jamás una palabra a pesar de llevar cruzándose por los pasillos a diario desde hacía más de cinco años. Éste no debía marcharse a casa nunca antes de las ocho de la tarde, Vicente supuso que estaría soltero y por eso prefería permanecer allí antes que recrearse en la soledad de su casa, eso si es que vivía sólo porque quizás aún convivía con sus padres a pesar de aparentar mucho más de treinta años.

A unos metros a su izquierda también trabajaban dos personas de marketing, uno era el jefe del departamento; Gustavo. Un cincuentón de ojos saltones medio loco con pinta de baboso, sobre todo aquella tarde que tenía sentada junto a él a la última incorporación en el departamento.
Vicente tenía la idea de que o todos los estudiantes de marketing eran tías buenas o aquel tipo seleccionaba en función de la foto del currículo. En aquel momento el departamento lo formaban cinco personas contándole a él, tres eran tías buenas y el quinto un pobre pringado que debía ser el encargado de currar duro. Además la rotación en Marketing era de dos o tres tías por año, siguiendo su propia teoría Vicente consideraba que o bien las echaba por estrechas o se largaban ellas cansadas del baboso.
Le dio a guardar a la presentación tres o cuatro veces no fuera que le diera por fallar al sistema y se perdieran todos los cambios a la mañana siguiente, aunque en su fuero interno sabía que daba igual, cuando llegara Toño, su responsable, le haría volver a modificar otra vez toda la maldita presentación. Por suerte el calvario acabaría a las dos y cuarto que era la hora de la reunión, una vez que acabara ésta podría volver a retomar su trabajo como analista de riesgos.

Volvió a mirar la oscuridad de la ventana al tiempo que apagaba el ordenador y se levantaba para colocarse el abrigo, era hora de marcharse a casa.

Se dirigió hasta el ascensor y al pulsar el botón de llamada vio que alguien llegaba y se colocaba su lado, era la nueva muchacha de Marketing que parecía poner fin también a su maratoniana jornada de trabajo.
-Hola –saludó ella mientras Vicente se limitó a devolver una sonrisa por saludo.

Las puertas del ascensor se abrieron y Vicente le dejó pasar primero, momento que aprovechó para visualizarla mejor, a tan corta distancia no era tan joven como había podido parecerle, si no tenía ya los treinta debía de estar muy cerca de cumplirlos, aun así destacaba en ella una belleza simple, sus rasgos destacaban por su sencillez así como unos enormes ojos marrones que parecían pecar de humildad, como si pretendiesen no llamar demasiado la atención.

-Ya es hora de irse a casa, ¿eh? –comentó Gustavo al tiempo que pulsaba el botón de la planta baja.

-Sí, ha sido un día largo –añadió  la muchacha mostrando una amplia sonrisa algo cansada.

-Perdona, no me he presentado, soy Vicente y trabajo en análisis de riesgos.

-Yo soy María y estoy en Marketing, supongo que soy la nueva ya que apenas llevo un par de semanas.

-Sí, me había parecido verte por aquí, aunque como habrás podido comprobar somos una oficina en la que vamos mucho a lo nuestro sin una gran pertenencia de equipo.

-Sí, lo he notado, vengo de una empresa mucho más pequeña en la que éramos como una familia, aquí os relacionáis poco los unos con los otros.

-Así es, no obstante si te puedo ayudar en algo cuenta conmigo.

Las puertas del ascensor se abrieron dejando frente a ellos la amplitud del hall del edificio de oficinas, caminaron por él juntos en silencio dejando a su derecha a Patricia, una de las recepcionistas que les deseó que pasaran una buena tarde.
Al final del hall se abrieron para ellos las dos hojas de cristal de la puerta automática permitiéndoles salir a la húmeda tarde.

-Huele a lluvia –dijo María.

-Sí, debe estar a punto de comenzar, ¿dónde has dejado el coche?

-Allí –dijo señalando a la izquierda.

-Yo justo en la dirección contraria, en fin que tengas buena tarde.

-Igualmente Vicente, que descanses.

Con el olor afrutado del perfume de María revoloteando en sus fosas nasales se dirigió hacia el lugar en el que había estacionado su coche, a unas seis calles de su oficina, ése era uno de los inconvenientes de llegar más tarde de las ocho y media, pero estaba dispuesto a sacrificarse teniendo en cuenta que ningún día salía antes de las seis y media de la tarde.
Justo en el momento en el que se sentaba al volante y cerraba la puerta las primeras gotas cayeron sobre el parabrisas de su coche.

“Magnifico –pensó-, ahora sólo falta que haya atasco para llegar a casa y así remataremos otro magnífico día”.

Treinta minutos más tarde aparcaba cerca de su casa, le tocaba dejarlo en la calle a pesar de contar con plaza de garaje en su edificio ya que de ésta hacia uso y disfrute Eva, su mujer, ella era la encargada de llevar y traer del cole a su hijo Fran de ocho años.

Apagó la radio y se quedó por un momento quieto en el coche disfrutando del silencio y paz que éste le ofrecía, eran sus últimos instantes de quietud del día, si había acabado la batalla en el trabajo comenzaba la de su casa, batallas distintas de una misma guerra que no parecía tener fin.

Vicente pensaba que quizás se tratase de la crisis de los cuarenta, pero lo cierto es que no se encontraba a gusto con casi nada de su vida actual, en el trabajo no sólo tenía la sensación de que echaba más horas de las que debiese y que además se pasaba la mayor parte del tiempo realizando labores absurdas que no servían para nada, además en su departamento eran dos contando con su jefe cuando lo lógico es que fueran al menos el doble de personas, sin embargo las altas tasas de desempleo les servían a las empresas para exprimir a sus empleados con la idea de “fuera se está peor así que apechuga con lo que te toque”.

En casa la cosa tampoco es que estuviera mucho mejor. Tras una década de matrimonio el suyo ya no tenía chispa alguna, o así al menos lo veía él, ya que la única vez que lo intentó comentar con Eva ésta se puso a la defensiva sin dejarle margen de maniobra.
Al menos estaba Fran, su hijo de ocho años con el que trataba de disfrutar cada segundo que tenía con él, lo había hecho así desde el día en que nació y aunque por culpa del trabajo apenas le veía a diario, son que compartiera con él unos minutos antes de irse a la cama aquello compensaba todo lo demás.

Soltó aire y bajó del coche para dirigirse a su casa bajo las últimas gotas de lluvia.

Vicente y María vivían en una zona de reciente construcción en la zona Este de Madrid, su vivienda estaba ubicada en una urbanización formada por cuatro edificios que formaban un cuadrado que parecía refugiarse del exterior, en el amplio espacio interior había dos piscinas, una de ellas infantil además de una zona de juegos para niños, en los bajos había un pequeño gimnasio equipado con un par de cintas para correr, tres bicicletas estáticas, una elíptica y un par de docenas de mancuernas de diferentes pesos, otro de los bajos era un espacio multiusos que por lo general se utilizaba para celebrar cumpleaños infantiles, la única condición para su disfrute a parte de ser vecino de la urbanización era avisar con antelación para reservar el espacio y tras la fiesta dejarlo limpio y recogido, esta última condición no siempre se cumplía por todos lo que había generado algún rifi rafe entre vecinos.

Por lo general Vicente hacía escaso uso de estas zonas comunes, en verano la piscina cuando acompañaba a su hijo aunque por trabajo lo habitual era que quien lo hiciese fuese su mujer, quien además como maestra disfrutaba de dos meses largos de vacaciones.

En alguna ocasión intentó como rutina bajar al gimnasio, por lo general trataba de evitar la cinta de correr a la que tenía pavor, no sólo por el esfuerzo absurdo de correr sin moverse del sitio sino por el hecho de no ser capaz de seguir el ritmo e irse de cara contra el suelo.

Las bicicletas estáticas sí las usó en alguna ocasión aunque por lo general la que más utilizó fue la elíptica, era la que menos agujetas le producía. Pero en general a Vicente le aburría practicar deporte y más sólo, en su juventud jugó al futbol con amigos llegando a estar federado y participar en ligas locales, pero con el tiempo cada vez practicaba menos deporte, solía achacarlo a la falta de tiempo aunque en su fuero interno iba siendo consciente de que su cuerpo se oxidaba sin remisión.

Eva sin embargo casi siempre practicó algún tipo de deporte, seguía la moda del momento así que en los últimos años había pasado de hacer footing  al pádel, luego durante un tiempo hizo Pilates antes de pasarse al yoga y terminar compaginándolo con el running.

En contra de lo que le ocurría a Vicente ella siempre encontraba un hueco para practicar algún deporte, según ella misma confesaba era su válvula de escape, su momento para ella. Vicente la envidiaba en silencio aunque siempre le animaba a que siguiese con ello.

Al entrar en la casa le recibió un extraño silencio así que saludó en voz alta desde la puerta.

-Estamos aquí –saludó Eva a lo lejos, al parecer estaba ayudando con los deberes a Fran-, en media hora cenamos.

La cena transcurrió en tranquila monotonía, Eva que solía llevar la voz cantante contó varias anécdotas de su día en el colegio mientras Fran engullía la comida con rapidez, Vicente hacía como que escuchaba a su esposa aunque en realidad ansiaba un poco de silencio para despejar la mente.

Como siempre, Fran acabó el primero y se marchó al salón a ver la televisión, Vicente le envidió, él también ansiaba levantarse de la mesa e ir a tumbarse al sofá a mirar algún programa absurdo de la tele que le permitiera dejar la mente en blanco unos minutos, sin embargo una vez terminó de cenar se quedó recogiendo la cocina junto a Eva.

Unos minutos más tarde padre e hijo compartían unos pocos minutos juntos, lo hacían en la habitación de Fran cuando esté ya estaba incluso dentro de la cama y preparado para irse a la cama, era una costumbre que habían adquirido desde que no era más que un bebé, al principio el padre le leía un cuento hasta que se quedaba dormido, cuando el niño fue creciendo y estaba aprendiendo a leer era el niño quien a ritmo de sílaba y con un gran esfuerzo se lo leía al padre, ahora que ya era mayor para cuentos se contaban durante unos minutos lo más destacado del día el uno al otro.

Vicente estaba convencido de que aquellas pequeñas charlas fortalecían la unión padre e hijo, siempre había oído que no era tan importante el tiempo que se pasa con los hijos como que éste sea de calidad y para él estos momentos era de calidad de la buena. Además, estas conversaciones eran su válvula de escape, su fuga de la rutina y el tedio.

Como cada noche se despidieron con un beso en la frente y Vicente se dirigió al salón comedor en el que 
Eva veía en la televisión una serie de abogados. Durante unos minutos realizó un verdadero esfuerzo por engancharse al episodio pero fue en balde, como solía ser habitual se marchó a la cama a escuchar algún programa nocturno de radio de información, así conseguía ir desconectando su cerebro poco a poco hasta conciliar el sueño minutos antes de que su mujer ocupara el lado derecho de la cama.
Mientras escuchaba la radio con los auriculares a través del teléfono móvil, éste emitió un sonido característico y muy reconocible por Vicente, se trataba de una alerta.

Tenía configuradas varias alertas a través de Google para que le advirtieran cuando se produjeran noticias que él consideraba podían ser relevantes para su trabajo como analista de riesgo en una compañía de seguros, en la mayoría de los casos no se trataba de nada importante, pero le parecía una manera curiosa de ser alertado.


En la mayoría de los casos las alertas hacían referencia a graves incendios, terremotos, huracanes y cosas por el estilo pero en aquella ocasión la alerta hacía referencia a una muerte por un extraño virus,  tal y como había sucedido en ocasiones anteriores con los brotes de Ébola y del Zika en esta ocasión le remitía a una noticia del NY Times en cuya versión web se informaba de que en alguna lejana aldea del continente africano se habían producido varias muertes en extrañas circunstancias, aunque en un primer momento las autoridades locales lo habían achacado a un posible brote de Malaria o incluso de Ébola, lo cierto es que los síntomas no parecían coincidir con estas enfermedades, no obstante por lo remoto de la zona y el difícil acceso hasta allí para las asistencias médicas se hacía complicado determinar con detalle el motivo exacto de estos fallecimientos.

https://www.amazon.es/dp/1540740927/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1480586340&sr=8-1&keywords=ultimos+amaneceres

jueves, 1 de diciembre de 2016

Presentación de "Los últimos amaneceres"

Presentación en Madrid de la última novela de Martin Rae “Los últimos amaneceres”

El pasado 1 de Diciembre se presentaba en Madrid la última novela de Martin Rae, una obra que en palabras de su autor vuelve a un clásico en él, los virus y las pandemias, pero en esta ocasión desde la perspectiva de una familia, una visión más intimista.

¿Vuelve al género de terror con esta obra?
No del todo, no creo que sea terror puro, podríamos hablar más de thriller e incluso drama, aunque sin duda la situación que se describe es terrorífica en sí.

¿Por qué esta obra y por qué ahora?
Es muy actual porque lo que se cuenta lo vivimos casi cada año, cuando no es la gripa A, es la aviar o el ébola, por no hablar de aquella bacteria asesina de hace unos años. La idea surgió con el brote de ébola de hace un par de años que llegó por primera vez a Europa, se vivieron días de sicosis y eso que el virus nunca salió del hospital, lo que hago en esta novela es ir un paso más allá, qué pasaría si una situación así se fuera de control, pero sobre todo cómo se viviría desde el punto de vista de una familia más o menos normal.
¿En esta ocasión no hay ninguna gran corporación detrás?
(Risas) Creo que no pero que cada lector saque sus propias conclusiones, en esta ocasión me interesaba más mostrar esa descomposición de la sociedad desde el punto de vista de un padre de familia… y de paso mostrar también  lo ridículo de muchas situaciones cotidianas de nuestro día a día.

Probablemente una de sus obras con más fans es Extinción; zona zero zombie de la que estos llevan años pidiendo una secuela, ¿podría ser ésta?
No, para nada. En todo caso podría ser una precuela, pero lo cierto es que no, no tiene nada que ver, son historias totalmente distintas.

¿Llegará esa secuela de su obra zombie?
Es un tema recurrente y siempre respondo lo mismo, no me lo planteo, si un día me llega la inspiración con una buena historia sí, no lo descarto, pero sinceramente no lo veo algo cercano ahora mismo. Es más factible que retome las historias del detective Víctor que la de los zombies.


¿Le gusta la etiqueta de escritor independiente?
Por lo general no me gustan las etiquetas, además para mí el hecho de ser escritor lleva implícito ser independiente, no me imagino a ningún escritor que no lo sea.

Usted siempre ha sido muy crítico con la situación política y social española, ¿qué valoración hace de la situación actual?
Que vamos de mal en peor, incluso los supuestos nuevos partidos ya han demostrado lo que son, más de lo mismo. Cualquiera que viera el debate de investidura debió sentir vergüenza ajena por la gentuza que allí había.
Pero más recientemente tenemos el hecho del boicot a la última película de Fernando Trueba, ¿en qué clase de país se boicotea la cultura?  En la España de hoy Picasso tendría que volver a exiliarse por las cosas que se dirían de su estilo de vida, somos un país que no tiene remedio.

¿Una futura novela?
Siempre hay ideas flotando en la cabeza, pero siento que necesito descansar un tiempo, además muchas veces comienzo a escribir algo y luego es inconcluso así que mejor no adelantar nada.

¿Un mensaje a sus lectores?
Lo primero agradecerles que me elijan para su tiempo libre que en la mayoría de los casos es algo bastante escaso. Y después agradecerles que lean en general, un hábito en desuso. Y ya si lo hacen pagando impuestos y no pirateando mejor que mejor (risas).