1
Eran más de las siete de la tarde cuando Vicente concluyó
la presentación en PowerPoint, la maldita presentación.
Había estado con ella los dos últimos días, dos
maratonianas jornadas laborales completas dedicadas a una presentación en la
que exponía su trabajo a otros departamentos de su misma empresa, dos días para
contar en qué consiste su trabajo durante los cuales no pudo hacer su trabajo,
ironía de la empresa moderna.
Aunque Vicente aun no llegaba a cumplir los cuarenta años y
había aprendido a utilizar el PowerPoint en la universidad, era de los que
consideraba que no necesitaba tanta parafernalia para explicar en qué consistía
su puñetero trabajo ya que al fin y al cabo no era tan complicado de exponer.
Sin embargo, su jefe (en la empresa moderna conocido como “responsable”) era un
enamorado de las presentaciones en PowerPoint, probablemente porque ni las
hacía él ni tenía puñetera idea de hacer una, sin embargo era muy quisquilloso
a la hora de supervisarlas y no daba su visto bueno hasta que la presentación
no contaba con las suficientes figuritas y alegorías visuales.
Pero lo peor no era eso sino el hecho de que encargaba una
presentación sin especificar qué pretendía más allá de una idea ambigua y el
resto del tiempo disponible hasta el día D y la hora H se lo pasaba
rectificándola y obligando a rehacerla una y otra vez. Daba igual que quedaran
dos o seis días, la versión definitiva no estaría hasta cinco minutos antes de
entrar en la sala a presentarla.
Miró por la ventana y no observó más que oscuridad fuera,
el insulso edificio de oficinas gemelo al que ocupaba él mantenía algunas luces
encendidas pero predominaba la oscuridad. Levantó la mirada por encima de la
pantalla de su ordenado y comprobó que estaba casi sólo. Al fondo se veía a un
tipo gordo y con barba de contabilidad con el que no había cruzado jamás una
palabra a pesar de llevar cruzándose por los pasillos a diario desde hacía más
de cinco años. Éste no debía marcharse a casa nunca antes de las ocho de la
tarde, Vicente supuso que estaría soltero y por eso prefería permanecer allí
antes que recrearse en la soledad de su casa, eso si es que vivía sólo porque
quizás aún convivía con sus padres a pesar de aparentar mucho más de treinta
años.
A unos metros a su izquierda también trabajaban dos
personas de marketing, uno era el jefe del departamento; Gustavo. Un cincuentón
de ojos saltones medio loco con pinta de baboso, sobre todo aquella tarde que
tenía sentada junto a él a la última incorporación en el departamento.
Vicente tenía la idea de que o todos los estudiantes de
marketing eran tías buenas o aquel tipo seleccionaba en función de la foto del
currículo. En aquel momento el departamento lo formaban cinco personas
contándole a él, tres eran tías buenas y el quinto un pobre pringado que debía
ser el encargado de currar duro. Además la rotación en Marketing era de dos o
tres tías por año, siguiendo su propia teoría Vicente consideraba que o bien
las echaba por estrechas o se largaban ellas cansadas del baboso.
Le dio a guardar a la presentación tres o cuatro veces no
fuera que le diera por fallar al sistema y se perdieran todos los cambios a la
mañana siguiente, aunque en su fuero interno sabía que daba igual, cuando
llegara Toño, su responsable, le haría volver a modificar otra vez toda la
maldita presentación. Por suerte el calvario acabaría a las dos y cuarto que
era la hora de la reunión, una vez que acabara ésta podría volver a retomar su
trabajo como analista de riesgos.
Volvió a mirar la oscuridad de la ventana al tiempo que
apagaba el ordenador y se levantaba para colocarse el abrigo, era hora de
marcharse a casa.
Se dirigió hasta el ascensor y al pulsar el botón de
llamada vio que alguien llegaba y se colocaba su lado, era la nueva muchacha de
Marketing que parecía poner fin también a su maratoniana jornada de trabajo.
-Hola –saludó ella mientras Vicente se limitó a devolver
una sonrisa por saludo.
Las puertas del ascensor se abrieron y Vicente le dejó
pasar primero, momento que aprovechó para visualizarla mejor, a tan corta
distancia no era tan joven como había podido parecerle, si no tenía ya los
treinta debía de estar muy cerca de cumplirlos, aun así destacaba en ella una
belleza simple, sus rasgos destacaban por su sencillez así como unos enormes
ojos marrones que parecían pecar de humildad, como si pretendiesen no llamar
demasiado la atención.
-Ya es hora de irse a casa, ¿eh? –comentó Gustavo al tiempo
que pulsaba el botón de la planta baja.
-Sí, ha sido un día largo –añadió la muchacha mostrando una amplia sonrisa algo
cansada.
-Perdona, no me he presentado, soy Vicente y trabajo en
análisis de riesgos.
-Yo soy María y estoy en Marketing, supongo que soy la
nueva ya que apenas llevo un par de semanas.
-Sí, me había parecido verte por aquí, aunque como habrás
podido comprobar somos una oficina en la que vamos mucho a lo nuestro sin una
gran pertenencia de equipo.
-Sí, lo he notado, vengo de una empresa mucho más pequeña
en la que éramos como una familia, aquí os relacionáis poco los unos con los
otros.
-Así es, no obstante si te puedo ayudar en algo cuenta
conmigo.
Las puertas del ascensor se abrieron dejando frente a ellos
la amplitud del hall del edificio de oficinas, caminaron por él juntos en
silencio dejando a su derecha a Patricia, una de las recepcionistas que les
deseó que pasaran una buena tarde.
Al final del hall se abrieron para ellos las dos hojas de
cristal de la puerta automática permitiéndoles salir a la húmeda tarde.
-Huele a lluvia –dijo María.
-Sí, debe estar a punto de comenzar, ¿dónde has dejado el
coche?
-Allí –dijo señalando a la izquierda.
-Yo justo en la dirección contraria, en fin que tengas
buena tarde.
-Igualmente Vicente, que descanses.
Con el olor afrutado del perfume de María revoloteando en
sus fosas nasales se dirigió hacia el lugar en el que había estacionado su
coche, a unas seis calles de su oficina, ése era uno de los inconvenientes de
llegar más tarde de las ocho y media, pero estaba dispuesto a sacrificarse
teniendo en cuenta que ningún día salía antes de las seis y media de la tarde.
Justo en el momento en el que se sentaba al volante y cerraba
la puerta las primeras gotas cayeron sobre el parabrisas de su coche.
“Magnifico –pensó-, ahora sólo falta que haya atasco para
llegar a casa y así remataremos otro magnífico día”.
Treinta minutos más tarde aparcaba cerca de su casa, le
tocaba dejarlo en la calle a pesar de contar con plaza de garaje en su edificio
ya que de ésta hacia uso y disfrute Eva, su mujer, ella era la encargada de
llevar y traer del cole a su hijo Fran de ocho años.
Apagó la radio y se quedó por un momento quieto en el coche
disfrutando del silencio y paz que éste le ofrecía, eran sus últimos instantes
de quietud del día, si había acabado la batalla en el trabajo comenzaba la de
su casa, batallas distintas de una misma guerra que no parecía tener fin.
Vicente pensaba que quizás se tratase de la crisis de los
cuarenta, pero lo cierto es que no se encontraba a gusto con casi nada de su
vida actual, en el trabajo no sólo tenía la sensación de que echaba más horas
de las que debiese y que además se pasaba la mayor parte del tiempo realizando
labores absurdas que no servían para nada, además en su departamento eran dos
contando con su jefe cuando lo lógico es que fueran al menos el doble de
personas, sin embargo las altas tasas de desempleo les servían a las empresas
para exprimir a sus empleados con la idea de “fuera se está peor así que
apechuga con lo que te toque”.
En casa la cosa tampoco es que estuviera mucho mejor. Tras
una década de matrimonio el suyo ya no tenía chispa alguna, o así al menos lo
veía él, ya que la única vez que lo intentó comentar con Eva ésta se puso a la
defensiva sin dejarle margen de maniobra.
Al menos estaba Fran, su hijo de ocho años con el que
trataba de disfrutar cada segundo que tenía con él, lo había hecho así desde el
día en que nació y aunque por culpa del trabajo apenas le veía a diario, son que
compartiera con él unos minutos antes de irse a la cama aquello compensaba todo
lo demás.
Soltó aire y bajó del coche para dirigirse a su casa bajo
las últimas gotas de lluvia.
Vicente y María vivían en una zona de reciente construcción
en la zona Este de Madrid, su vivienda estaba ubicada en una urbanización
formada por cuatro edificios que formaban un cuadrado que parecía refugiarse
del exterior, en el amplio espacio interior había dos piscinas, una de ellas infantil
además de una zona de juegos para niños, en los bajos había un pequeño gimnasio
equipado con un par de cintas para correr, tres bicicletas estáticas, una
elíptica y un par de docenas de mancuernas de diferentes pesos, otro de los
bajos era un espacio multiusos que por lo general se utilizaba para celebrar
cumpleaños infantiles, la única condición para su disfrute a parte de ser
vecino de la urbanización era avisar con antelación para reservar el espacio y
tras la fiesta dejarlo limpio y recogido, esta última condición no siempre se
cumplía por todos lo que había generado algún rifi rafe entre vecinos.
Por lo general Vicente hacía escaso uso de estas zonas
comunes, en verano la piscina cuando acompañaba a su hijo aunque por trabajo lo
habitual era que quien lo hiciese fuese su mujer, quien además como maestra
disfrutaba de dos meses largos de vacaciones.
En alguna ocasión intentó como rutina bajar al gimnasio,
por lo general trataba de evitar la cinta de correr a la que tenía pavor, no
sólo por el esfuerzo absurdo de correr sin moverse del sitio sino por el hecho
de no ser capaz de seguir el ritmo e irse de cara contra el suelo.
Las bicicletas estáticas sí las usó en alguna ocasión
aunque por lo general la que más utilizó fue la elíptica, era la que menos
agujetas le producía. Pero en general a Vicente le aburría practicar deporte y
más sólo, en su juventud jugó al futbol con amigos llegando a estar federado y
participar en ligas locales, pero con el tiempo cada vez practicaba menos
deporte, solía achacarlo a la falta de tiempo aunque en su fuero interno iba
siendo consciente de que su cuerpo se oxidaba sin remisión.
Eva sin embargo casi siempre practicó algún tipo de
deporte, seguía la moda del momento así que en los últimos años había pasado de
hacer footing al pádel, luego durante un
tiempo hizo Pilates antes de pasarse al yoga y terminar compaginándolo con el
running.
En contra de lo que le ocurría a Vicente ella siempre
encontraba un hueco para practicar algún deporte, según ella misma confesaba
era su válvula de escape, su momento para ella. Vicente la envidiaba en
silencio aunque siempre le animaba a que siguiese con ello.
Al entrar en la casa le recibió un extraño silencio así que
saludó en voz alta desde la puerta.
-Estamos aquí –saludó Eva a lo lejos, al parecer estaba
ayudando con los deberes a Fran-, en media hora cenamos.
La cena transcurrió en tranquila monotonía, Eva que solía
llevar la voz cantante contó varias anécdotas de su día en el colegio mientras
Fran engullía la comida con rapidez, Vicente hacía como que escuchaba a su
esposa aunque en realidad ansiaba un poco de silencio para despejar la mente.
Como siempre, Fran acabó el primero y se marchó al salón a
ver la televisión, Vicente le envidió, él también ansiaba levantarse de la mesa
e ir a tumbarse al sofá a mirar algún programa absurdo de la tele que le
permitiera dejar la mente en blanco unos minutos, sin embargo una vez terminó
de cenar se quedó recogiendo la cocina junto a Eva.
Unos minutos más tarde padre e hijo compartían unos pocos
minutos juntos, lo hacían en la habitación de Fran cuando esté ya estaba
incluso dentro de la cama y preparado para irse a la cama, era una costumbre
que habían adquirido desde que no era más que un bebé, al principio el padre le
leía un cuento hasta que se quedaba dormido, cuando el niño fue creciendo y
estaba aprendiendo a leer era el niño quien a ritmo de sílaba y con un gran
esfuerzo se lo leía al padre, ahora que ya era mayor para cuentos se contaban
durante unos minutos lo más destacado del día el uno al otro.
Vicente estaba convencido de que aquellas pequeñas charlas
fortalecían la unión padre e hijo, siempre había oído que no era tan importante
el tiempo que se pasa con los hijos como que éste sea de calidad y para él
estos momentos era de calidad de la buena. Además, estas conversaciones eran su
válvula de escape, su fuga de la rutina y el tedio.
Como cada noche se despidieron con un beso en la frente y
Vicente se dirigió al salón comedor en el que
Eva veía en la televisión una
serie de abogados. Durante unos minutos realizó un verdadero esfuerzo por
engancharse al episodio pero fue en balde, como solía ser habitual se marchó a
la cama a escuchar algún programa nocturno de radio de información, así conseguía
ir desconectando su cerebro poco a poco hasta conciliar el sueño minutos antes
de que su mujer ocupara el lado derecho de la cama.
Mientras escuchaba la radio con los auriculares a través
del teléfono móvil, éste emitió un sonido característico y muy reconocible por
Vicente, se trataba de una alerta.
Tenía configuradas varias alertas a través de Google para
que le advirtieran cuando se produjeran noticias que él consideraba podían ser
relevantes para su trabajo como analista de riesgo en una compañía de seguros,
en la mayoría de los casos no se trataba de nada importante, pero le parecía
una manera curiosa de ser alertado.
En la mayoría de los casos las alertas hacían referencia a
graves incendios, terremotos, huracanes y cosas por el estilo pero en aquella
ocasión la alerta hacía referencia a una muerte por un extraño virus, tal y como había sucedido en ocasiones
anteriores con los brotes de Ébola y del Zika en esta ocasión le remitía a una
noticia del NY Times en cuya versión web se informaba de que en alguna lejana
aldea del continente africano se habían producido varias muertes en extrañas
circunstancias, aunque en un primer momento las autoridades locales lo habían achacado
a un posible brote de Malaria o incluso de Ébola, lo cierto es que los síntomas
no parecían coincidir con estas enfermedades, no obstante por lo remoto de la
zona y el difícil acceso hasta allí para las asistencias médicas se hacía
complicado determinar con detalle el motivo exacto de estos fallecimientos.
https://www.amazon.es/dp/1540740927/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1480586340&sr=8-1&keywords=ultimos+amaneceres
https://www.amazon.es/dp/1540740927/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1480586340&sr=8-1&keywords=ultimos+amaneceres
No hay comentarios:
Publicar un comentario